Despedida a quien nos hizo soñar y llenó de luz

Llegó ese día que nadie quería, pero que él consideraba justo. Argumentaba su falta ya de habilidades, su zumbido en el oído, sus problemas de vista que le impedían leer y ese frío que sentía y no se extinguía en todo el año.

No lograba dimensionar el tesoro vivo que era. Como todo ser elevado, su humildad impresionaba. 

Aseguraba con porfia que él no era un buen profesor, sino que tuvo la suerte de tener excelentes estudiantes y que nada era mérito suyo.

Un hombre cabal con vocación, íntegro y comprometido con su misión de vida que fue educar, aquel entrañable sello de los normalistas.

Nuestra escuelita, junto al Molino El Peral de Linares, para él era la UBA, Universidad del Batuco por el canal que estaba a unos metros. 

Como todo lo proveniente de sus pensamientos, cuánta razón tenía. 

La universidad debiera reunir todo, preparar de forma completa para la vida y él fue universidad de generaciones en esa escuela.

Mientras tocaba la guitarra, junto a él cantamos y conocimos profundas e históricas composiciones de nuestro folclor, así como a poetas y escritores de excepción de los que nunca hubiéramos sabido sin él. 

Cada lunes en consejo de curso, nos compartía reflexiones que eran verdaderas herramientas para el futuro.

Fue un visionario. Promovió la actividad física, incluso fuera de su jornada, llevándonos a hacer caminatas, cuando nadie las llamaba senderismo.

En tiempos en que nadie proclamaba autosustentabilidad, nos enseñó a valorar las hortalizas en huerto escolar.

Nos aportó con la mayor delicadeza y sabiduría conocimientos para afrontar la adolescencia de forma responsable y consciente de nuestra transición.

Incluso, fuera de clases, se dedicó a ser psicólogo y orientador, haciéndonos soñar con la mayor seriedad a nuestros 10 años a qué oficio pensábamos dedicarnos a futuro, siempre comprometido en buscar cómo ayudarnos para ese proyecto. 

Decían que no fue padre, pero sí un maravilloso y abnegado hijo, tío, hermano, colega y muchos roles más.

Difiero en esa definición. Él fue padre de cada uno de los que recibimos sus lecciones y entrega con el alma abierta, admirando sin saber la experiencia solemne y bendición que vivimos, estar frente a un maestro real, el mejor de todos y reconocernos, sus alumnos, es decir, seres sin luz, luz que él fue sembrando día a día en cada jornada y que nos sigue acompañando décadas después. 

Sería interminable describir las razones  y situaciones vividas que lo hacen admirable, pero

fue de esos seres que debiera registrar la historia por el innegable impacto positivo que dejó en las niñas y niños que tuvimos el honor de estar a su cuidado.

El sol ya nunca será el mismo sabiendo que hoy partió, pero cada vez que podamos contemplar su luz maravillosa y sentir su tibieza, recordaremos a ese hombre bello y sublime que nos brindó la suya, tocó nuestra mano para nunca más soltarla y nos marcó el resto de la vida. 

Hasta siempre profesor Carlos Mario Castro Tapia


Por periodista Viviana Urrutia.




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