Por periodista Viviana Urrutia
Ahora entiendo la incomodidad de los adultos cuando, en la soberbia de la adolescencia, uno les decía con total soltura “viejos” sólo por verlos con menos pelo o algunas canas, en circunstancias que ese ser humano recién pasaba los treinta años.
Es como si se vislumbrara la fragilidad del cuerpo, su obsolescencia, la vulnerabilidad y el abandono posible, que sí será real en la verdadera vejez con sus propias etapas. Está la tercera edad, que oscila entre los 60 y 80 años, tiempo en que suele ser el fin de la vida laboral, el nido vacío, pero se mantiene la autovalencia. Existe la cuarta edad, transcurrida después de los 80 años o en realidad al presentarse condiciones de dependencia evidentes. Por primera vez en la historia, el año 2050 se proyecta que la cifra de personas ancianas superará a las jóvenes, según datos de la ONU.
Como seres humanos, tratamos de imaginar en la medida de lo posible nuestras siguientes edades. Desde niños soñamos con qué seremos “cuando grandes”. En la adultez, intentamos visualizarnos como padres si es que lo planificamos o más tarde como jubilados, con cierta negación hasta que está ahí, suponiendo las tareas a las que nos dedicaremos con mayor tiempo disponible y en general, menos presupuesto.
En una ocasión, una médico geriatra me explicó que en nuestro país existe un grave descuido acerca de la jubilación, proceso que requiere de una preparación desde los 40 años de edad para abordarse a cabalidad, desde lo emocional, económico y el resguardo de la salud, muy lejos de lo que se practica. La vida avanza muy rápido y con tantas complejidades cotidianas no vaticinamos la necesidad de tal antelación. Por otra parte, todas las etapas que se planifican, implican anhelo. Soñamos con ser grandes, padres o dejar de trabajar, pero ¿Quién anhela ser anciano y frágil?
La salud de las relaciones que establecemos, también, influye en cómo viviremos ese periodo. No hay duda de que existen descendientes crueles y desagradecidos, hijos y sobrinos, que se han criado sin ningún sentido del compromiso o del esfuerzo mutuo, acostumbrados sólo a recibir. Por otra parte, no son pocos los casos de adultos mayores abandonados como consecuencia de la misma desidia que manifestaron al ser padres, indolentes con sus niños, maltratadores, abusadores o ausentes absolutamente.
Como sea la situación, estamos obligados a ser previsores para llegar con cierta dignidad a ese posible futuro. Tampoco cooperamos si, en fases previas, esperamos a que un golpe a nuestra salud por fin frene los malos hábitos, como una alimentación tóxica, dejar que el estrés o la frustración nos consuman o mantener vicios, entre otros, que derivan en patologías crónicas, registradas en nuestro ADN y vistas en nuestros ancestros, que surgen para quedarse.
Hace poco se conoció un proyecto de ley, denominado “Hijito corazón”, que busca afrontar el abandono en adultos mayores de la cuarta edad. Sus ejes son cuatro. Primero, al igual que la ley que protege a los hijos, en ésta se permite la retención del salario o fondos previsionales a hijos que no cumplan con las pensiones para sus padres. Dos, aumenta las sanciones de reclusión por abandono hasta por 3 años. Tres, agiliza denuncias por abandono, mediante un procedimiento especial en tribunales de familia. Cuarto, garantiza el acompañamiento de adultos mayores hospitalizados.
El proyecto en el primer y cuarto punto fortalece medidas que ya existen, porque desde 2011 está el derecho de exigir pensión a los descendientes bajo ciertas condiciones y el acompañamiento en hospitales se promueve a través de diferentes programas y leyes previas.
Por otro lado, es una triste realidad que algunos de nuestros ancianos sean despojados de sus bienes por sus propios descendientes o terceros, siendo un segmento al que se dirigen incontables estafas. Como un horrible ejemplo, está el mediático caso denunciado por vecinos, de aquella hija que acá en Linares se apoderó de la vivienda de su anciana madre, impidiéndole el acceso a su propio hogar. Lo mismo ocurrió con un matrimonio de abuelitos en Argentina, dejado en la calle por su hijo y su esposa, viviendo en su auto después de una salida y no permitirles entrar.
Duele que no sólo en Chile, sino en el mundo, cada cierto tiempo surjan historias trágicas de adultos mayores viviendo y muriendo hacinados con animales domésticos sin aseo ni orden por el habitual mal de Diógenes que desarrollan. La soledad es un flagelo que va en paralelo con el daño de la salud física y mental, además de la pobreza, pero la mala compañía de aprovechadores, también, resulta un completo peligro.
Los prejuicios son otro problema que impide atender a tiempo el deterioro repentino que no es normal, como decía la misma geriatra. Mareos, riesgos de caídas, tienen causas que pueden tratarse para no confinar a la inmovilidad al adulto mayor, lo que sólo aumenta su dependencia. Existe una rama de la psicopedagogía, muy poco conocida, que se enfoca en estimular las habilidades cognitivas y motoras de este segmento para su calidad de vida.
El INTA reveló el año pasado que más de un tercio de los adultos mayores en Chile está al límite de la desnutrición. En los hospitales de Chile se convirtió en una lamentable costumbre que adultos mayores con familia, una vez dados de alta no sean retirados, quedando en un abandono similar al sufrido por los niños en los años ’50 y ‘60 que, incluso, se criaban en dichos recintos.
Ni los valores de nuestra sociedad como tampoco relaciones familiares o interpersonales tan profundas mejorarán con una Ley. La institucionalidad pública dirigida a este segmento está más que en deuda, además. La invitación es a reflexionar acerca de cómo nos estamos anticipando para esa sensible etapa de nuestros seres queridos y por supuesto, preparar la nuestra misma, considerando que nada nos garantiza compañía y cuidar de nuestro bienestar de forma integral no es un “trámite” que deba postergarse.











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